domingo, 24 de octubre de 2010

Instantánea I




El baño huele mal, apatía defecada por doquier.
Las seis en punto, estoy harto del tiempo.
Me pongo la misma ropa de ayer,
los jeans sucios y la playera estirada por el uso.
Con un calcetín limpiaste las migas de nuestro sexo,
dejo el sucio y meto al bolsillo el otro.
Me visto tan despacio que desespero,
no te quedas, también te vas.
Pero prefiero irme solo.
¿Me esperas? Preguntas.
Digo que sí, pero me enferma esperar.
Estoy listo, tú lo estas casi al mismo tiempo.
Estoy harto.  Doy vuelta a la perilla.
Salimos. Caminamos, me adelanto.
¡Espérame! Exclamas.
Te miro, detengo el paso calculando el futuro.
Nos vamos quince minutos antes de anochecer.





martes, 19 de octubre de 2010

Alí (Nocturno de otoño)



Empiezas tocando por encima de la ropa interior, es evidente que mi cuerpo está atento a tus excursiones por mi piel. Me conoces y sabes qué rumbo tomar cuando te pierdes entre mi sexo. Como yo, prefieres la oscuridad; palpar, ir construyendo dimensiones y apariencias en la mente, qué placentero.

Nervioso me preguntas -¿quieres que te la chupe?

La ropa y mis inhibiciones fueron desconocidas por la piel. Estoy tan cómodo desnudo a tu lado. Me deseas, me quieres y ya conozco el final de este encuentro.


Hace más de dos años. La primera vez, después de un concierto de jazz. Fuimos a tu casa a cenar, lo poco que tenías me lo ofreciste, una quesadilla y un vaso de agua. Lo suficiente.
Debía irme, pero no deseaba hacerlo. Apenas si podía abrir los ojos, estaba muy cansado.


-¿Quieres dormir un poco? Preguntaste.


Subimos en la penumbra… Intuía que vendría algo emocionante.


-Tengo que decirte algo y no se cómo. Estabas nervioso.


Debajo de las sábanas nos resguardamos, me mirabas. Tu aliento olía a tabaco. Las sabanas eran anticuadas, parecían haber sido olvidadas en algún closet.  Tenía la sensación de que no sería la única vez que dormiría enredado en ellas. Después de unos minutos de divagar, pronunciaste algo.


-…creo que estoy enamorado de ti.


No respondí, quede impactado y enseguida te besé. Ahí inició todo. Era casi mediodía cuando volví a casa. 
Fue una semana triste, no dejaba de pensar; después de eso ya no había retorno. Me enamoraste de una manera tan sutil que, cuando halaste las velas, desplegaste todo eso tuyo en mí.

-¿Estás despierto?

-Sí. Respondí.

Tomamos un descanso antes de seguir, siempre es así, son los entremeses de un festín. Tiempo libre, para pensar, platicar o sólo dormir con las piernas liadas. Desnudos de muchas formas; ya nos sabemos, la cama siempre es territorio neutral… paramos un poco de nuevo, lo único que sorprende son los nuevos trucos que cada quien pudo aprender, con ayuda de alguien (sexo ocasional) o de material didáctico (porno).

-Te quiero, susurraste.

Fui el primero, lo sé y ahora no dejas de buscarme en todos. Por eso vuelves, por eso estoy aquí, pensé.





viernes, 15 de octubre de 2010

Ali (de noche)



Un acorde que se repite en mi cabeza. Secuencia de fotogramas de la misma película; me llamas, accedo y vienes.

Llegas en punto como siempre, abro la puerta de tu Ford plata y subo, me miras, te miro; el protocolo de bienvenida. Comentarios redundantes, risas, caricias sutiles. Quince minutos después, se hace el silencio. Es largo el camino hasta tu casa, me acomodo , recargo mi brazo en la puerta y mi cabeza sobre el brazo… me cuestiono si volvería a intentarlo.

Un vacío en mi estomago mientras cantas, tu lenguaje suave y dulce, música de notas agudas con silencios pausados que se prolongan hasta el desayuno. Tu mano se escapa del volante y toca mi muslo.

-Te quiero, dices.

Me quedo mudo, soy un pueblo desolado a tu lado. No tengo respuesta que pueda decirte con palabras, pero hay sensaciones que están y recuerdan que te siento.

Tu piel cálida, tus labios se despellejan del deseo, tus manos sucias y largas. Me encanta que me desees, con esos ojos aceituna, con tu música. Fuiste mi primera canción, mi primer paseo  en ese bosque de altos encinos. Esa laguna que inundó Zempoala.

Ya en tu casa, tus manos rondan mi espalda, buscan alguna ventana abierta por donde mirar siquiera. Me recuesto sobre el sillón. Miro en el techo las marquesinas italianas que resguardan los bordes, que hacen visibles los limites; más allá de esta casa, estas palabras perderían sentido.

-¿Me abrazas?, preguntas.

-Sí, ven.

Te acomodas entre mi brazo y mi pecho. Tu nariz ronda mis labios, tu frente frota la alfombra áspera del mentón. Subes y me besas.

-Vamos a mi cuarto.