viernes, 3 de diciembre de 2010

Fer (6 dic./ anochecer )

Los escucho en sus miradas, murmuran. No importa, cierro los ojos y cuelgo mi cinismo en su cuello. Su rubia barba raspa mi frente, el mentón se acomoda sobre mi cabeza. Respirando su pecho, olor neutro de su playera favorita, lo abrazo, me conforta su pecho contra el mío, mis manos caen por sus vastos hombros, se amoldan al pecho, un surco justo al final de la espalda a causa de sus abultados glúteos.

Los autos pasan y sus luces nos descubren, mientras la oscuridad nos disfraza con un gesto andrógino. Prensados por la cintura, un par de dedos husmean por debajo de mi camisa, tu aliento sabe a café de calcetín, de ese rellenable del Sanborns. Le tomo por la nuca y llevo sus labios a mi boca.

Decidido, sus manos suben por mi espalda, están frías y me retuerzo. Mi mano alcanza su bolsillo y la sumerjo en él, descubro dos monedas de 10 pesos, un celular, y al fondo siento su pene erecto, acomodado hacia un lado. Sorprendido y casi con pena, retiro la mano enseguida. 

Sus orejas se tornan escarlatas por mi descubrimiento. Reímos de nervios,  le aprieto hacia mí. Ana (mi prima, quien nos acompañó al café) aguarda a un metro de distancia, incómoda disimula nuestro encuentro, entretiene el morbo en la pantalla de su celular.

Las personas caminan, deambulan rumbo a sus casas, nos esquivan. Murmuran, puedo escucharlo en sus pasos. No tiene importancia. Inundados de emociones, nos disipamos  en medio de Coyoacán, en ese parque que no es muy distinto a cualquier otro parque, 6·12·04.