domingo, 29 de agosto de 2010

(sábado 7/ madrugada part. 03)

Dimos vuelta a la izquierda.

-Es aquí. Exclamaste.

Enseguida bajamos una rampa y entramos a un estacionamiento. Estábamos en un hotel de paso, uno de esos que intentan argumentar por su apariencia ser costoso, uno de esos lugares donde se debe de dejar  la moral y permitir que el corazón guíe el camino a la habitación más cercana, creo que por eso, a estos hoteles, se les debería clasificar con corazones según la magnitud del encuentro.

Subimos a su habitación. Me encanta la decoración, la pulcritud que simulan, los aromas artificiales, los muebles empotrados a las paredes todos de acrílico, por supuesto, las luces ambientales y las sábanas blancas.

Me explicaste los problemas que tuviste con la reservación, tendrías que quedarte ahí por esta noche, mañana cambiarías locación, te irías a la gran avenida: Paseo de la Reforma.

Me emocionó el hecho de que tal vez mañana conocería otro hotel.  Al mirar la cama enseguida me deje caer sobre ella, tu corriste a levantar la ropa que habías dejado en el suelo antes de salir.

Nos quedamos en penumbra,  saliste del baño y la puerta quedó entreabierta de donde se escapaba una línea de luz que recorría tu cuerpo, estabas parado delante de la cama, justo frente a mí. El camino luminoso subía por tus muslos escalaba por tu abdomen hasta perderse en tu cuello. Estabas casi desnudo, mi pulso empezó  a acelerarse rápidamente.

-¿Te quito la ropa? Me preguntaste.

Asentí con la cabeza y empezaste a desabotonar mi camisa. Te tomé por la cintura y  acerqué tu cuerpo, te recostaste sobre de mí. Tu piel tersa, muy tibia provocaba un contraste agradable con las sabanas frías
¡Adoro dormir entre sábanas frías!

Deslicé mis manos por todo tu cuerpo, examinarlo completaba la experiencia de besarte. Tu cuerpo fuerte y con carácter, tus piernas se acoplaban  a las mías, tus brazos sujetaban los restos de la noche, mis labios pretendían no dejar que el tiempo asfixiara nuestro encuentro. Ya eran las 6 a.m.






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