lunes, 6 de septiembre de 2010

(Sábado 7 /noche)


Y mi corazón menguó, te miraba bailar, girabas y me sonreías…

Terminamos en un antro sobre la calle de Bucareli, después de cenar unos tacos de arrachera frente a la Cibeles. Platicamos de tus planes, de los míos. Disimulábamos la rareza del encuentro,  nuestros cuerpos sentían transcurrir el tiempo, ya no éramos sólo sexo de ocasión, intentábamos explorar más allá.

-Y ahora, ¿qué quieres hacer?- le pregunté.

-Quiero ir de antro, mis amigos me van a matar si no voy al Living. Dijiste.

Traté de disimular, pero el hecho de ir de antro no es algo que me entusiasme. Realmente no me emociona en nada, parece que los días de perdición se quedaron junto con los libros de álgebra de la prepa.

Pero no me afligía el hecho de ir y tener que aparentar pasármela de lo mejor o bostezar cuando estuvieras de espaldas; más bien, lo que me preocupaba era que estaba casi en bancarrota, pues ese fin de semana había gastado una fortuna, comparada con mi escueto sueldo.

Me quedé en silencio, empecé a contar en la mente los billetes de mi cartera. Uno de doscientos y dos de cincuenta o, ¿era de veinte el de doscientos?

-Está bien. respondí.

Jugaba con tus dedos, mientras mirábamos por las ventanillas del taxi. Sobre ellas escurrían gotas y se reflejaban diminutas imágenes de ti. El olor a vainilla, el taxímetro marcando 12.16 y de fondo el príncipe de la canción. Llegamos a Garibaldi.

-¿Seguro que es aquí? -le pregunté al taxista.

-Sí, segurísimo joven. Es aquí donde vienen muchos chavos a pasarla bien, como ustedes.

Nos miramos desconcertados, y buscábamos el lugar entre la media luz de la plaza. No nos animamos a bajar del auto.

-¡Le dije Bucareli, no Garibaldi!

-¡No, cómo cree! Si usté me dijo desde el principio Garibaldi. Exclamó.

-¿Nos puedes llevar a Bucareli?

Me animé a besarte mientras el taxista daba vueltas en las calles del centro, llevaba toda la noche sin hacerlo… te sorprendí varias veces mirando mis labios, no me puedo resistir a eso, nunca he podido desde que recuerdo.

Mi primer beso fue a los 12 años. Vicky (una amiga de la infancia) y yo fumábamos en la azotea de su casa algunas tardes, poníamos diez y diez para una cajetilla de Benson mentolados. Ese sábado ella se acercó mientras hacía un pequeño gesto con su boca y veía mis labios, yo miraba el lunar que tenía en la nariz, nos quedamos quietos. Se acercó y pude oler su aliento a menta; fue un beso largo y extraño, con sabor a Clorets. Después de los eternos segundos, me sentí tan raro que no la pude mirar a los ojos en toda la tarde, ella ruidosa y extrovertida; siempre fue así, dominante, con una risa estruendosa, de minifalda negra con sus piernas largas y morenas, sobre unas plataformas de 10 centímetros. Me abrazaba y siempre decía cosas imprudentes, me divertía. Al volver a mi casa, no dejaba de pensar si ella estaba enterada de que había sido la primera vez, el inicio de un largo camino. ¡Llegamos a Bucareli!

-Son 40 pesos. Dijo el taxista.

Sacaste un billete, pusimos diez y diez.







No hay comentarios:

Publicar un comentario